May 9, 2009

El balcón.


La tormenta se acercaba y nos avisaba de su grandeza y magnitud mientras lo hacía. A pesar de ser de noche la tormenta era visible e inmensa. El viento nos acariciaba el rostro.

Él me tomó de la mano.

- Niña, nunca entenderé porqué te gustan tanto las tormentas.
- Tú me indujiste a ese vicio.- Sonreí. - Yo nunca entenderé porqué me dices Niña.

Miré hacia abajo del balcón y había un punto oscuro... un punto que ni los relámpagos ni la luz de la luna iluminaban, un punto justo por debajo de mi precioso árbol.

- Se acerca... -Dijo él con el tono de voz tierno y grave con el que siempre me cuidó.
- ¿Quieres ir?
Negó con la cabeza.
-Tú no vas.
Hice una mueca y apreté su mano.
-Entonces tú tampoco.
Me hizo cosquillas y nos reímos, el primer relámpago cayó y un estruendo sacudió el jardín.
- Prometí que te cuidaría.
- Es solamente luz. - Lo miré fijamente y sonreí. Él se turbó un poco pero miró al frente.

Acarició mi mano con suavidad y esa reacción me turbó a mí. Desde niños siempre estábamos compitiendo quien podía descontrolar al otro pero nuestro cariño nos controlaba a ambos, ese cariño había crecido con nosotros y me daba miedo, como ese punto oscuro cerca del árbol.

Miré a la oscuridad de nuevo y por más que trataba no lograba ver nada, y eso me daba más curiosidad.

- Niña, allí no hay nada.
- No lo sabes.
- No hay nada.
Suspiré. Comenzó a llover y la gran tormenta se hizo presente.
- Esta es la única casa de por aquí que tiene balcón. - Dijo él con aire lejano.
- Es el único balcón al que te subes sin permiso.
- En otros lados me abren las puertas. – Me miró sonriendo.

Sabía que era cierto puesto que su aire extraño lo hacía atractivo, pero hasta esa noche, con la luna reflejada en sus ojos, su cabello alborotado por el aire, su voz protectora y su tono molesto lo noté. Creo que me sonrojé pero seguía fingiendo indiferencia.

- Debemos entrar.
- Lo sé. - Dije yo despabilándome.

Seguíamos tomados de la mano, como dos hermanos que no se decidían a qué jugar. Mi corazón comenzó a palpitar de una forma extraña. Una corriente de aire me estremeció y él me abrazó. Sentí el latido de su corazón y el mío. El también estaba nervioso y no comprendía a que se debía, si había estado cerca de él tanto tiempo. Me gustó su olor y el calor de su protector abrazo. Y la luz de la luna.

Seguimos abrazados un rato bajo la fuerte lluvia, ninguno de los dos se animaba a separarse de esa sensación de paz tan extraña. Me acerqué a su rostro buscando decirle algo al oído y me encontré con sus labios.

Creo que allí mismo morí. Nos besamos con tanta naturalidad y ternura que la paz se convirtió en pasión y entramos a mi cuarto, buscando nuestros cuerpos y cobijándonos en la oscuridad.


Y desde esa noche, él dejó de llamarme niña.

2 comments:

Karabá said...

Hermana Mayor... esto me ha fascinado!!! Un día me vas a tener que dar tu autógrafo... ¿verdad que sí me lo vas a dar?

Mark R. said...

excelente, el control de los sentimientos.